7 de mayo de 2009

El aliento del cielo - Carson McCullers

Le daban miedo esas cosas que le hacían preguntarse de pronto quién era ella, qué iba a ser en el mundo y por qué en aquel momento estaba allí parada, viendo una luz, o escuchando o mirando al cielo, tan sola. Tenía Miedo y en el pecho se le hacía un extraño nudo. (Frankie y la boda)



Carson McCullers (1917-1967) quería ser pianista. Pero cuando su profesora se mudó a otra ciudad, McCullers lo tomó como una traición y abandonó el piano. Siguió con otra de sus pasiones, la escritura, y nos regaló obras maravillosas como La balada del café triste, Frankie y la boda, El corazón es un cazador solitario y sus cuentos. McCullers describe en ellos la vida en el sur de los Estados Unidos en los años cincuenta con una maestría pocas veces vista.

Parte de la generación que cobijó a Faulkner y Tenesse Williams –y Capote, de quien fue amiga y enemiga al mismo tiempo-, entre otros, no sólo comparte con ellos una época sino también una calidad excepcional para describir escenarios, emociones y personajes.

En El aliento del cielo encontramos la totalidad de sus cuentos y sus tres novelas cortas. Son historias emocionantes, profundamente humanas que en muchos casos reflejan historias de vida de la propia autora. La música, la escritura, la soledad, el alcoholismo. La lucha por un sueño que se vuelve esquivo. La desazón por el abandono. La vida y la muerte en todas sus formas son mostradas por McCullers en cada uno de sus escritos.

Si algo más podía pedírsele a esta edición, cuenta con prólogo y comentarios del periodista Rodrigo Fresán, quien pinta magistralmente –como siempre, según mi opinión- una semblanza de la vida de McCullers, tan sórdida y singular como su obra.


Ante todo, el amor es una experiencia compartida por dos personas, pero esto no quiere decir que la experiencia sea la misma para las dos personas interesadas. Hay el amante y el amado, pero estos dos proceden de regiones distintas. Muchas veces la persona amada es sólo un estímulo para todo el amor dormido que se ha ido acumulando desde hace tiempo en el corazón del amante. Y de un modo u otro todo amante lo sabe. Siente en su alma que su amor es algo solitario. Conoce una nueva y extraña soledad, y este conocimiento le hace sufrir. Así que el amante apenas puede hacer una cosa: cobijar su amor en su corazón lo mejor posible; debe crearse un mundo interior completamente nuevo, un mundo intenso y extraño, completo en sí mismo. Y hay que añadir que este amante no tiene que ser necesariamente un joven que esté ahorrando para comprar un anillo de boda: este amante puede ser hombre, mujer, niño; en efecto, cualquier criatura humana sobre esta tierra. Pues bien, el amado también puede pertenecer a cualquier categoría. La persona más estrafalaria puede ser un estímulo para el amor. Un hombre puede ser un bisabuelo chocho y seguir amando a una muchacha desconocida que vio una tarde en las calles de Cheehaw dos décadas atrás. Un predicador puede amar a una mujer de la vida. El amado puede ser traicionero, astuto o tener malas costumbres. Sí, y el amante puede verlo tan claramente como los demás, pero sin que ello afecte en absoluto la evolución de su amor. La persona más mediocre puede ser objeto de un amor turbulento, extravagante y hermoso como los lirios venenosos de la ciénaga. Un buen hombre puede ser el estímulo para un amor violento y degradado, y un loco tartamudo puede despertar en el alma de alguien un cariño tierno y sencillo. Por lo tanto, el valor y la calidad del amor están determinados únicamente por el propio amante. Por este motivo, la mayoría de nosotros preferimos amar que ser amados. Casi todo el mundo quiere ser el amante. Y la verdad a secas es que de un modo profundamente secreto, la condición de ser amado es, para muchos, intolerable. El amado teme y odia al amante, y con toda la razón. Pues el amante está tratando continuamente de desnudar al amado. El amante implora cualquier posible relación con el amado, incluso si esta experiencia sólo puede causarle dolor. (La balada del café triste)



Para seguir conociendo a Carson McCullers:


The Carson McCullers Project




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