26 de abril de 2011

Las horas - Michael Cunningham

“Las horas” se presenta como un libro sobre la vida de Virginia Woolf. Creo que esa descripción es una simplificación sobre el contenido de esta novela, tan apasionante como encantadora.

Virginia, mi adorada y admirada Virginia, es el eje central de esta historia, hacia quien se refieren el resto de los personajes distribuidos a lo largo de casi cien años. Es la columna que atraviesa y a la vez sostiene los personajes. Es la inspiración, el ideal a seguir aunque nos lleve al fondo del río con los bolsillos llenos de piedras y la cabeza atiborrada de voces extrañas.

La escritora inglesa Virginia Woolf vive en el campo –añorando sin pausa la ciudad de Londres -, junto a su marido Leonard Woolf, quien decidió poner en marcha este exilio interior buscando alguna cura para su esposa, quien es acosada por una profunda depresión, pero sobre todo por todo un séquito de seres que se han metido en su alma y no le permiten llevar adelante su pasión: la escritura.

Laura Brown es una profesional universitaria, con una formación que pocas mujeres de su época tienen. Corre la década del ´50 y Laura deja sus aspiraciones para cumplir con el rol social que le es asignado: esposa y madre.

Clarissa Vaughan vive en los ´90 en una aparente calma. En pareja con Sally desde hace más años de los que puede recordar, trabajo estable, una casa cómoda y moderna, y una hija adolescente que va dejando atrás las rebeldías, parece tener una vida perfecta. Pero como le ocurre a las mujeres de nuestra historia algo no está bien.

Virginia, Laura y Clarissa viven, en esta historia, una vida que no es la que desearon, una historia que no sólo no las completa sino que cada día que pasa las va vaciando de sueños y anhelos. Cada una intentará tomar las riendas de su vida y hará con ella lo que el cuerpo y la mente les permita. Cada una a su manera.

19 de abril de 2011

Una lectora nada común - Alan Bennett

El año pasado se me ocurrió, como herramienta para disminuir mi siempre creciente lista de libros por leer, llevar a cabo una serie de retos personales con distintas temáticas.

El primero, hecho en junio, tenía como tema obras en las cuales los libros fueran protagonistas. Así fue como leí: “El lector”, “La ladrona de libros”, “El librero de Kabul” y “Firmin”.

El reto del mes de agosto –ya que julio pasó sin pena ni gloria- tenía como guía para la elección a autores que no hubiera leído aún. Elegí a Le Clezio, Haddon, Cumming y Bennet, con sus obras “El africano”, “El incidente del perro a medianoche”, “Las horas” y “Una lectora nada común”. Este reto aún no lo he cumplido, se fue retrasando en parte por falta de tiempo y en parte porque Saramago metió la cola o mejor dicho su pluma, y produjo una pausa en mi programa de lecturas para meter dos de sus libros: “Ensayo sobre la lucidez” y “Caín”, la cual ya comente aquí, y la anterior aún sigue en el tintero.

Comencé este reto con “Una lectora nada común” del escritor inglés Alan Bennett. Ya había leído unas pocas frases del libro unos meses antes, pero en ese momento no me llamó demasiado la atención esta historia real (de la realeza), que toma un personaje real (de la vida) para contarnos una historia de ficción.

Pero esta vez, la segunda que hoy fue la vencida, me enganché con la historia a tal punto que la leí de una sentada. Para ser más exacta, de varias sentadas a lo largo del día, ya que lo comencé a la hora de la siesta y a la noche ya la había terminado. Responsables de estos son su extensión – ya que es una novela muy corta- y la prosa fresca y llevadera, que hace que a uno no le cueste avanzar, pero si cueste dejarla. Engancha y se deja leer con calma.

La reina Isabel I es dueña de –entre tantas otras cosas- un par de cachorros de los más traviesos y desobedientes. Una noche, persiguiéndolos para que entren, se encuentra –en pleno jardín de Buckingham- una camioneta toda destartalada que oficia de biblioteca ambulante. Ahí dentro, el bibliotecario y uno de sus empleados, metidos entre los libros, logran que se lleve un ejemplar –aunque es importante destacar que se lo lleva por simple corrección política y no por un interés verdadero por la lectura-.

Y aquí comienza la historia. ¿Qué pasa cuando una persona que tiene demasiadas obligaciones como para “perder” el tiempo leyendo se enamora de los libros y sus historias? ¿Qué ocurre cuando una persona demasiado ocupada en parecer interesante pero sin interesarse en nada comienza a interesarse por la letra impresa hasta tal punto de dejar de lado sus ocupaciones? ¿Qué ocurre cuando una persona comienza a escuchar realmente a sus interlocutores basándose en su interés por conocer nuevas lecturas? ¿Puede un libro, o un conjunto de lo más variopinto de ellos, cambiar la historia mundial?