Los que tuvimos la suerte de encontrarnos en la vida con gente dispuesta a cultivar en nosotros el placer de la lectura y el amor por los libros, podemos considerarnos mucho más que afortunados.
Por mucho esfuerzo que hagamos los adultos por hacer que nuestros niños lean, muchas veces nuestras buenas intenciones se quedan en eso, y en otras ocasiones logramos el efecto contrario.
Daniel Pennac nos muestra de manera amena estos errores que cometemos los adultos cuando queremos “obligar” a los niños a relacionarse con la literatura y nos cuenta experiencias exitosas, de niños y jóvenes alejados de los libros y recuperados por docentes con buenas ideas.
Al final del ensayo Pennac, docente y escritor, enumera los que él considera los derechos del lector, que es a partir de los cuales llegué a este libro:
1. El derecho a no leer.
2. El derecho a saltarnos las páginas.
3. El derecho a no terminar el libro.
4. El derecho a releer.
5. El derecho a leer cualquier cosa.
6. El derecho al bovarismo.
7. El derecho a leer en cualquier sitio.
8. El derecho a hojear.
9. El derecho a leer en voz alta.
10. El derecho a callarnos.
Luego de aclarar que quisiera copiar el libro entero en este post por lo maravilloso que me resultó su lectura, les dejo algunas perlitas para incitarlos a acercarse a él.
“Jamás le haremos entender a un muchacho que, por la noche, está metido de lleno en una historia cautivadora, jamás le haremos entender mediante una demostración limitada a sí mismo, que debe interrumpir su lectura e ir a acostarse. Es Kafka quien dice eso en su diario, el pequeño Franz, cuyo padre hubiera preferido que pasara todas las noches de su vida haciendo números”.
“Una lectura bien llevada salva de todo, incluido uno mismo.”
“A veces, es la humildad la que dirige nuestro silencio. No la gloriosa humildad de los analistas profesionales, sino la conciencia íntima, solitaria, casi dolorosa, de que esa lectura, ese autor acaban, como se dice, ¡de «cambiar mi vida»!
O, de repente, ese otro deslumbramiento, que nos deja atónitos: ¿Cómo es posible que lo que acaba de alterarme hasta este punto no haya modificado en nada el orden del mundo? ¿Es posible que nuestro siglo haya sido lo que ha sido después de que Dostoievski escribiera Los demonios? ¿De dónde salen Pol Pot y los demás cuando se ha imaginado el personaje de Piotr Verjovenski? ¿Y el terror de los campos, cuando Chéjov ha escrito Sajalín? ¿Quién se ha iluminado con la blanca luz de Kafka donde nuestras peores evidencias se recortaban como placas de zinc? Y, justo en el momento en que se desarrollaba el horror, ¿quién prestó atención a Walter Benjamin? ¿Y cómo es posible que, cuando todo hubo pasado, la tierra entera no leyera La especie humana de Robert Antelme, aunque sólo fuera para liberar al Cristo de Cario Levi, definitivamente detenido en Éboli?
Que unos libros puedan alterar hasta tal punto nuestra conciencia y dejar que el mundo siga de mal en peor, es algo que deja sin palabras.”
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